#ElPerúQueQueremos

Fotografía: Peter  Salguero

Un jardín contra los economistas

Publicado: hace 3 horas


¿Hay algo que podría quedar fuera de las lógicas del mercado? ¿Hay algo -sumamente valioso- que debería ser sustraído del puro valor de cambio? ¿Las sociedades deberían defender eso a razón de su salud y de su misma existencia? ¿O estamos asistiendo a un momento de la historia en la que los comerciantes ya no tienen reparo de vender en el templo y el mismo templo se ha convertido en un mercado?

Hace más de 120 años, Chejov detectó el inicio de una dinámica que tendría graves consecuencias para las sociedades y para la constitución de personas que quedarían completamente colonizadas por una mentalidad que aplana y empobrece la vida bajo el único interés individual. Hace poco tiempo, Mariana de Althaus se dio cuenta que esa obra seguía teniendo algo que decirle al mundo actual y, sobre todo, a una sociedad como la peruana, que ha quedado profundamente degradada luego de 30 años de un modelo que economiza todas las dimensiones de la vida.

“Niños que caen de los árboles” es una versión libre del “Jardín de los cerezos”, que hoy se presenta en el teatro del ICPNA en Miraflores. El texto y todos los recursos escénicos han sido cuidadosamente pensados a fin de generar una representación que condense la temporalidad múltiple que hoy caracteriza a la sociedad peruana: desde las heridas coloniales hasta el emprededurismo salvaje, desde el refinamiento cultural hasta la gravísima crisis educativa, desde el racismo aristócrata hasta la desconsolada resistencia de una tradición quechua que siempre busca encontrar un lugar. En las escenas, en los diálogos, en el casting de los personajes y en la actuación de todos ellos, los espectadores nos enfrentamos ante una historia que nos cuenta lo que hemos sido como sociedad y en lo que nos hemos convertido hoy.

Quizá la escena más potente -y más dramática de la obra- sea cuando Dalila, luego de haber comprado el jardín de los cerezos, baila descontroladamente ante el escenario celebrando su victoria inútil y su triunfo vano. Ese baile solo muestra su propio deterioro y, más aún, el de todo un país al haber quedado nuevamente colonizado, pero ahora por una racionalidad empresarial que todo lo pervierte y lo somete, sin pudor, al valor del mercado. Con el neón de ese baile, asistimos a un mundo completamente instrumentalizado donde ya no hay fiestas colectivas (donde ya no queda nada sagrado), pues ni el bodeguero tiene tiempo y ganas para celebrar en grupo. Ella, en efecto, baila sola.

Después de treinta años, este sistema hace agua por todos lados. La tecnocracia no va al teatro, no piensa en lo común que es sinónimo de cultura. Los Acuña y los Luna (ahora lo sabemos más claramente) no son ejemplos para nadie, como tampoco lo son los Graña, los Montero y todos esos grandes grupos empresariales a los que se les cae el techo y que, como explicó muy bien Julio Cotler, han sido -y son- una clase puramente dominante y nunca dirigente.

El filósofo coreano Byung Chul Han, quien acaba de recibir nada menos que del premio Príncipe de Asturias, ha venido insistiendo en la decadencia que genera un modelo de sociedad que no defiende el valor de lo público y en la que todo se privatiza y se vuelve consumible. Una sociedad en la que el mercado lo toma todo y lo regula (siempre autoritariamente) desde su propio interés, como el caso de esa patética ley de Cine que nuestro congreso acaba de aprobar a razón de una propuesta de la desorientada (y siempre desinformada) congresista Tudela. En este país, al jardín de los cerezos lo podan todos los días y no parece haber manera de comenzar a plantar uno nuevo. Con el más profundo desconcierto, con la más dura indignación, con la más dolorosa derrota, observamos todos los días que el país pierde lo poco de aura y de aroma que le quedada. Estos son tiempos de la dominación total.

Vivimos bajo una historia desquiciada en la que todo se ha invertido. Los liberales mueren como conservadores y los que se dicen demócratas se revelan como autoritarios. Los que se llaman católicos no tienen problema de explotar cínicamente a los trabajadores en su propio beneficio y los que sufrieron el holocausto generan otro igual sin ningún problema. Los que fueron migrantes odian a los migrantes y el egoísmo privado es endiosado como el principal vínculo social. Los promotores del "progreso" solo nos están llevando a la destrucción final. Este es, en suma, un momento de la historia donde una disciplina –la economía–, que se ocupa de solo una dimensión de la vida, se arroga la condición de totalizarla para ejercer su catecismo. Esta obra, sin embargo, afirma lo contrario: hay algo en la vida (esencial para una sociedad) que debe estar fuera del cálculo y que no puede ser valorizado en términos de mercado. Contra los que podan el Jardín de los cerezos, escribió Chejov hace más de cien años. Contra esa mentalidad, todas las artes (a pesar de las innumerables censuras), siempre.


Escrito por

Victor Vich

Crítico literario. Doctor Georgetown University, EEUU. Enseña en la PUCP. Ex-profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes.


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