La obscenidad de Carlos Canales en Miraflores
Frente a la violencia que vivió el país en la década del ochenta nadie debería buscar protagonismos ni réditos políticos. Se trató de un momento que solo puede avergonzarnos como comunidad y frente al cual todos los peruanos deberíamos ser autocríticos. Es absolutamente cierto que hubo dos grupos terroristas que iniciaron la violencia, se enfrentaron a la población civil y ocasionaron el mayor número de muertes. Pero es también verdad que los otros actores sociales (la Policía, las Fuerzas Armadas, los partidos políticos, el poder judicial, las iglesias y la propia sociedad civil) cometieron gravísimos errores (sistemáticas violaciones a los derechos humanos, inclusive) y por eso nadie debería sentirse exento de la autocrítica.
Esta reflexión surge a partir del cambio de placa que ha ocurrido en el memorial de la calle Tarata donde el actual alcalde de Miraflores ha colocado su nombre de una manera francamente obscena. Esa placa ha sido ya cambiada tres veces y parece haberse convertido en un lugar de vil figuretismo para los alcaldes de turno. La placa anterior tenía solo una cita del discurso de Juan Pablo II, pero Canales es tan narciso que ha decidido colocar su nombre al costado del Papa.
Canales solo dialoga con quienes lo aplauden. Títere de López Aliaga, su gestión es una de la peores en toda la ciudad, si no la peor de todas: contratos con compañías mafiosas, permanente incomunicación con los vecinos, un Serenazgo pésimamente capacitado, etc. Cada obra que Canales inicia es de temer para todos los vecinos.
Sin embargo, no es objetivo de esta nota enumerar todos los desastres de Carlos Canales (por lo demás, saca 00 en políticas deportivas, 00 en políticas culturales y menos 5 en espacios públicos), sino solo mostrar un ejemplo acerca de cómo los alcaldes peruanos no tienen la menor idea de que el espacio público -patrimonio de todos los vecinos- debe estar más allá de los marketings políticos. Es penoso notar cómo a muchos de ellos no les tiembla la mano para poner impunemente su nombre (que será efímero…) en memoriales como esos en los que, dado el horror de la historia, todos deberíamos sentirnos autocríticos, sin protagonismos de ningún tipo, para que hechos así no vuelvan a repetirse nunca más.