Cecilia Podestá
Las impuras y el libro rojo
¿Quiénes son las impuras? ¿Son los restos de la dominación social? ¿Son lo que queda luego de que el poder haya realizado su tarea? ¿Qué tipo de resto escenifican? Es claro que estos personajes son marginales, no por una opción personal, sino por los efectos que el poder ha dejado en ellos, vale decir, porque son el efecto de las “pedagogías de la crueldad”.
Las impuras muestran las marcas del poder en su cuerpo, en los senos, en la lengua, en la leche y en la baba. Los versos insisten en representarlas como personajes inmersos en una caída que nunca termina, en un destino que se prolonga, en una condición de vida cuya resolución parece imposible. Todo es sentencia aquí; una sentencia sin final.
Sin embargo, las impuras rugen. Y lo hacen porque su cuerpo es tanto el testimonio de un dolor como un lugar de maniobra. En estos versos, el cuerpo emerge como un fruto perdido, pero también como un capullo que habla a pesar de todo. Ya no hay secreto, es cierto, todo ha sido tomado, es verdad, pero siempre queda el reverso del lenguaje. Estas voces saben de la profunda espera sin esperanza, saben que no hay mentira posible, no que no hay discurso que oculte el dolor, pero saben también del significante como fuga.
La relación con Dios se debate entre el salvaje deseo de parricidio y la imposibilidad de negar una noción de lo sagrado. ¿Dónde quedó lo sagrado? ¿Queda todavía alguna posibilidad de invocarlo? En el libro, lo sagrado siempre parece quedar “devorado por cualquier voz que intente nombrarlo”.
Las impuras son aquellas que tienen una extrema consciencia de la vida como falta y como despojo. Por eso están malditas. “Los muertos crecen con el ruido de tu garganta” dice un verso. Las impuras son madres sin hijos, amantes cuyo deseo es más una pregunta que otra cosa. Este libro se atreve a hablar del infierno como tierra sabia, como el lado oscuro que negamos, pero que también sostiene nuestra existencia.
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¿Por qué es rojo el “libro rojo”? ¿Cuál es su daga? ¿Cuál su desgracia?
El hilo rojo es quizá lo que se ha llamado la “nuda vida”: esa vida que ha quedado sin performance alguna, esa la vida fuera de todo rol, esa vida que ha sido despojada de todo.
El hilo rojo es también el testimonio de las sobrantes, de los cuerpos desechados, de las mujeres que han sido sometidas a un proceso de desubjetivación extremo. El hilo rojo emerge cuando la dignidad ha caído. Es entonces lo mínimo que queda de la vida cuando el poder patriarcal ha cumplido ya su misión. Ese hilo nombra el momento total del derrumbe subjetivo, cuando la vida biológica continua a pesar de la extinción de la vida social.
El rojo, sin embargo, es un color ambiguo que condensa la articulación entre lo sagrado y lo profano, entre el odio y la chispa del deseo, ente el padecimiento y la líbido, entre cuerpos que insisten en tocarse, ya sea para hacerse daño o para recuperar algo verdadero desde el fuego, desde el agua sorda, desde el sigiloso tacto de la muerte.
Este libro termina con los siguientes versos:
No voy a orar más
Somos la palabra equivocada.
Se trata, sin duda, de versos hermosos, pero pienso que la voz poética sabe que no son exactos. La poesía es otra forma de oración y, en estos tiempos, queremos creer que su palabra es más verdadera que nunca.