Barrunto ha perdido a su padre y solo encuentra sentido en un equipo de fútbol. Sin embargo, al buscar orientarse, el personaje se desorienta. La opción por hacer del fútbol lo único valioso en la vida termina por destruirlo. Es cierto que esa opción le da unos amigos, le proporciona un sentido, lo sostiene vitalmente pero, al mismo tiempo, lo limita y lo va matando. En esta obra, el fútbol aparece en todo su misterio, pero ahora en uno blanquiazul. Poco a poco, la pulsión de vida y la pulsión de muerte van dejando de ser contrarias en un texto correcto, en un espectáculo que muestra una variedad de recursos escénicos, con un público que no puede dejar de convertirse en barrista y con un trabajo actoral de muy buena calidad. Alguien puede decir que la obra se va haciendo repetitiva, pero repetitiva es también la pasión por el equipo del cual uno es hincha. En el entrañable teatro de la Asociación de Artistas Aficionados (AAA), los hinchas de Alianza terminamos confrontados con el verdadero enigma de ese amor a la camiseta: esa pasión indestructible, esa locura, ese aún, que revela todas nuestras faltas, todas nuestras carencias y todas nuestra fallas: esa otra manera (terca, digna, trágica...) de lidiar con la vida.