En el Teatro de Lucía se presenta la obra “La poeta”, escrita por el dramaturgo español David Planell quien también la dirige. Notablemente bien actuada por Norma Martínez y Fiorella Pennano, la obra es la tensa historia entre dos personajes: una periodista y una mujer que está cumpliendo una condena por haber matado a su hija. La primera va en busca de la segunda a fin de escribir un libro que permita entender, o exculpar, los móviles de tal hecho. El problema es que a la presidiaria también le gusta escribir y desde ahí toda la obra emerge como una contundente reflexión sobre el valor del testimonio y el poder de la representación: qué es la escritura, qué representa, qué no puede representar, qué conquistan las palabras, en qué fracasan, quién tiene la autoridad de asumir la voz del otro, quién se beneficia, etc.

El guión muestra una lucha permanente entre dos personajes que nunca son completamente transparentes y donde la escritura aparece tanto como un lugar para recuperar la verdad como para mostrar su fracaso. Son las técnicas narrativas (que una busca enseñarle a la otra) las que se presentan no solo como simples recursos escriturales sino como estrategias para encontrar ángulos que permitan visualizar -más y mejor- la constitución de una identidad, las motivaciones de una persona. La historia entre ambas mujeres se hace un poco oscura hacia el final, pero lo que queda claro es que, finalmente, esas mismas técnicas literarias pueden ser banalizadas por una industria editorial sometida a las demandas del mercado.

“La poeta” regresa a la pregunta por la relación entre la identidad, el orden simbólico (la vida social) y la demanda del otro. Somos siempre una narrativa de nosotros mismos. Nos construimos en el lenguaje, pero, al mismo tiempo, son  los demás quienes también nos construyen textualmente. Con mucho oficio escritural y con logradas estrategias escénicas, esta es una obra que muestra que la identidad es tanto un resto agónicamente atrapado en el deseo del otro como un duro residuo resistente a todo. No es otro sino ese drama el que estos personajes hacen suyo con sumo desgarro en el marco de un tipo de sociedad mercantilizada que reconoce la importancia de la representación pero que, por lo mismo, no tiene reparos de transformarlo todo en un simple simulacro.