El triste final de Vargas Llosa
Vargas Llosa ha perdido todo sentido crítico y toda duda política más allá de la vehemente defensa de su simple ideología. Cuando se le preguntó si había consultado con algún experto en derecho electoral sobre el supuesto fraude en las actas, sostuvo que no y que Keiko era su única informante. Cuando se le preguntó si había leído el informe de la OEA, dijo que no y que esos observadores no tenían ninguna importancia. Cuando se le preguntó si conocía las declaraciones de Transparencia o de Idea Internacional, insistió en que Keiko era la única persona con la que había conversado. Increíble, pero cierto…
El punto es que, más allá de sus preferencias políticas, y frente a un escenario tan grave como el que vivimos, cualquiera hubiera podido esperar una palabra diferente. Es cierto que desde hace un buen tiempo, las columnas de Vargas Llosa son, para muchos (indígenas, trabajadores con sueldos miserables, etc), decepcionantes por varias razones, pero la actual crisis política podría haberle exigido respuestas de otro tipo. Lamentablemente, Vargas Llosa no es heredero de González Prada ni de José María Arguedas. Tampoco del ilustre Raúl Porras.
Desde una posición verdaderamente liberal, Vargas Llosa podría haber deslindado públicamente con el nacionalismo fascista que se ha manifestado a favor de Keiko y no lo ha hecho. Su credo podría haberlo forzado a censurar a todos esos discursos clasistas y racistas que hoy su nueva amiga no censura y, más aún, alimenta todos los días. ¿No es un signo atroz apropiarse de la camiseta de la selección de fútbol en una campaña electoral? ¿No es ese un gesto fascista sobre cómo ese grupo se considera a sí mismo? A Vargas Llosa, nada de eso parece importarle: lo que solo le interesa es la defensa ventrílocua de un sistema económico que, como sabemos, en América Latina se impuso por la fuerza (bajo dictaduras corruptas) y que hoy está en crisis.
La polarización que vivimos ha sacado a la luz los hondos desencuentros del Perú como nación. Ha revelado que no es solo el debate sobre un modelo económico lo que nos separa, sino un gravísimo problema educativo que, sobre todo, puede observarse en los colegios más caros de Lima que, al parecer, forman ciudadanos racistas y absolutamente desinformados de todo. La permanente reducción de los cursos de literatura, historia, arte y filosofía solo está contribuyendo a formar personajes narcisos (y vacíos) que, sin ninguna idea del valor de lo público, solo buscan enriquecerse. Con horror, todos hemos leído sus comentarios (y vistos sus fotos) en redes estos días.
La verdadera oposición en esta segunda vuelta ha sido entre los grupos de poder (avalados por el gran capital) y una mayoría de trabajadores que hoy buscan mayores derechos en el medio de un modelo económico que no redistribuye y que los trata como simples “costos de producción”. Este no es un modelo que trate a las personas como personas, sino como objetos puramente funcionales a la acumulación de unos pocos. Este no es, en efecto, un modelo que se pregunte por la justicia social. Se equivocan quienes piensan que esta elección revela la diferencia entre una Lima supuestamente “moderna” y una sierra anclada en el mundo pre-moderno. No es que los pueblos andinos estén mal informados, sino que, como dijo Basadre, en el Perú no hemos tenido nunca una “clase dirigente” sino una muy vulgar “clase dominante”.
La crisis política es un efecto de una crisis cultural, y por eso no llama la atención que ni las políticas educativas ni las políticas culturales hayan tenido espacio durante esta elección. En estos días, hemos vuelto a comprobar la barbarie de las élites, acrecentada además por unos medios de comunicación irresponsables y mediocres. En los últimos días de la campaña electoral, la periodista Mávila Huertas pudo, por ejemplo, haber invitado a su programa a un historiador, a un filósofo o a un antropólogo, a un artista para mostrar nuevas y otras formas de ver el escenario más allá del discurso monocorde de los invitados de siempre. No lo hizo. Más bien, optó por invitar nada menos que a Gisela Valcárcel. Increíble, pero nuevamente cierto. De hecho, los filósofos griegos pensaban que el problema de los ignorantes es que no saben que son ignorantes. Dos mil quinientos años después, algunos dicen que el problema de los liberales peruanos es que no saben que no son liberales: son aristócratas coloniales.
Llama la atención la ingenuidad política de Vargas Llosa. ¿Se da cuenta de que las mismas mafias de siempre se han reagrupado en torno a su candidata Keiko Fujimori? ¿Se da cuenta de que han comenzado a aparecer desvergozadamente en la escena política envenenando el proceso electoral? Casi a puro efecto del marketing, y de mucho dinero de por medio, Keiko se volvió, para el Nobel, en un personaje correcto, bien intencionado y absolutamente confiable. ¿No sospecha, Vargas Llosa, que está siendo utilizado? ¿No se da cuenta de que, efectivamente, hay aquí una calculada estrategia para sembrar dudas, desprestigiar el proceso electoral y luego boicotear el gobierno de Castillo? ¿Le ha preguntado a sus amigos escritores peruanos qué piensan de lo que sucede? ¿O Keiko Fujimori sigue siendo su único informante?
No es el momento de entrar en detalles, pero es claro que el capitalismo contemporáneo ha roto su matrimonio con la democracia. Es mentira que capitalismo y democracia sean sinónimos. Como sabemos, en sus inicios, el capitalismo necesitó de “hombres libres” (solo en lo jurídico) para poder expandirse, pero ya muchos han notado que, desde hace al menos cuatro décadas, este matrimonio ha concluido. En su versión neoliberal, el capitalismo no quiere cuestionamientos ni nada que lo contradiga. Es un sistema que día a día se apropia de lo común, destruye lo público y se impone a la fuerza. Hoy, los neoliberales son los adalides de un proyecto fundamentalista y dogmático que desconfía de todo intento de participación democrática, niega la legitimidad de los conflictos sociales y “terruquea” a todos los que lo cuestionan. ¿Es el capitalismo el fin de la historia? ¿Es el neoliberalismo el horizonte último de la vida económica en nuestro planeta? Una mirada histórica diría que no. Una mirada filosófica produciría un gesto de burla, pero finalmente acogedor.
La novela del dictador es un género clásico en la literatura latinoamericana. En cualquier curso básico, los profesores enseñamos que las imágenes que ahí se producen refieren a la generalización de la corrupción y de la mentira, al cinismo político y a las prácticas nacionalistas en todas sus formas. Llama la atención que, a efectos de la obnubilación ideológica, el nobel acabe su vida haciéndole el juego a un verdadero pensamiento autoritario. Vargas llosa es libre de defender el proyecto económico que más le guste, pero en estas elecciones ha dado un paso más. Posicionado casi como un oblicuo alfil de la mafia, su accionar es lamentable: patético.