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La última rueda del coche: sobre el Ministerio de Cultura

Publicado: 2020-05-30


Catorce (14) ministros de Cultura en poco más de nueve años (9) de funcionamiento dan perfecta cuenta del absoluto desinterés que la clase política tiene por las políticas culturales en el Perú. Muestra, además, un absoluto desconocimiento sobre un sector de suma importancia pero que, sin embargo, no despega y nadie parece tomar en serio para construir su institucionalidad (primera tarea, al menos, primera) más allá de la permanente improvisación en la sucesión de unos sobre otros.

No está puesto en duda que no existan algunos avances importantes y que el Ministerio no tenga buenos equipos de trabajo. Sí los tiene. El Ministerio sí cuenta con funcionarios comprometidos en la democratización cultural. Lo que se cuestiona es la falta de liderazgos con una visión especializada; líderes no solo con experiencia y conocimiento de la heterogeneidad del sector, sino con una mirada que sepa colocar a la cultura como un verdadero actor en el diseño de diferentes políticas públicas en el país.

Si nos preguntamos cuál es el lugar institucional de la cultura hoy en el Perú, la respuesta es muy clara: su lugar es su no-lugar, la permanente imposibilidad de colocarse en un lugar. Ejemplo sencillo: cualquiera podría pensar que, en estos tiempos de cuarentena, en que los estudiantes se encuentran todos “aprendiendo en casa”, la educación del país debería ser una responsabilidad compartida entre el Ministerio de Educación y el Ministerio de Cultura mediante un trabajo coordinado y conjunto. Cualquiera, en efecto, hubiera esperado que desde el principio hubieran salido los dos Ministros, juntos, a explicar las estrategias acordadas para afrontar un año entero con los niños y jóvenes metidos en sus casas. No fue así. No ha sido así. El Ministerio de Educación asumió, solito, la responsabilidad de tal tarea y, como siempre, el sector cultural brilló por su ausencia mediante un increíble silencio que ha dado cuenta de no tener nada que decir sobre el rol que pueden jugar los artistas -la dimensión simbólica- en el nuevo contexto del país.

¿No tiene nada que aportar el Ministerio de Cultura a la educación de miles de niños y niñas que actualmente se encuentran recluidos en sus casas? ¿Los artistas (hoy sin chamba) no pueden contribuir a mejorar las claustrofóbicas condiciones de vida actuales? Es cierto que han surgido iniciativas muy valiosas (en museos, en centros culturales, en universidades, en la BNP, en redes de artistas), pero parece más cierto que nadie del Estado está interesado en potenciarlas ni en articularlas con esta situación, no solo de emergencia sanitaria sino también de emergencia educativa.

Los intensos debates latinoamericanos sobre políticas culturales han venido insistiendo en la importancia de transversalizar la cultura en varios sectores del gobierno y muchos países han desarrollado ya sólidos proyectos al respecto. Se trata de utilizar la creatividad de artistas verdaderos (no de Swings) para acompañar campañas de salud, de género, de lucha contra la corrupción, etc. En el Perú, sin embargo, quizá sea mucho pedir que las políticas culturales estén articuladas con la legislación laboral (sin “tiempo libre”, sin control sobre la jornada laboral, no hay políticas culturales y el consumo cultural se vuelve solo para una pequeña élite), pero podría pedirse (al menos, sí, al menos) que las políticas culturales se encuentren, por lo menos mínimamente articuladas, con el sector educativo y con la escuela peruana. Dicho más claramente: si hoy el Ministerio de Cultura no puede articularse ni siquiera con el sector educativo, entonces su crisis es grave y su falta de visión, muy deprimente.

El presidente Vizcarra insiste, una y otra vez, que el Ejecutivo es dialogante y que su equipo sabe aceptar las críticas. El problema es que en cultura no parecen escuchar a nadie. Hoy la gestión cultural es un campo que ya cuenta con carreras profesionales, diplomados diversos, maestrías y doctorados que muchos asesores presidenciales parecen desconocer: un campo cada vez más especializado que ya cuenta con algunos consensos mínimos.

Desde la fundación del Ministerio de Cultura, varios expertos (José Carlos Mariátegui, Mauricio Delfín, entre otros) han insistido en la importancia de contar con un sólido sistema de información cultural capaz de registrar el conjunto de los actores involucrados y las más importantes prácticas del sector. Un sistema como el SINCA de Argentina, el SNIIC de Brasil, o el SIC de México. Sin embargo, en más de 9 años, el Ministerio de Cultura (insisto con pena, lleno de Ministros improvisados) no ha podido construir ese sistema que parece un requisito mínimo (mínimo) para construir la institucionalidad de su sector.

Desde hace varios años, muchos otros han venido sosteniendo que el organigrama del Ministerio es muy malo (fue hecho “a la loca” por Alan García) y que necesita reformularse. Diversos especialistas sostienen, además, que las políticas culturales no pueden ser impuestas de “arriba hacia abajo” y que no es el Estado el que debe proponerlas, sino el propio sector cultural organizado. En ese sentido, en países como Brasil y Argentina, los llamados “puntos de cultura” o los “proyectos de cultura viva comunitaria” son el fundamento y el soporte principal de las políticas culturales de todos los gobiernos. No obstante, en el Perú, es muy probable que casi ningún Ministro haya visitado (alguna vez) uno de los más de 250 puntos de cultura que existen a lo largo y ancho del país.

Podría seguir, pero es mejor concluir aquí. El Ministerio de Cultura necesita calmarse, neutralizar dinámicas llenas de inercia y pensar políticas a largo plazo. El Ministerio necesita ser autocrítico y repensarse a profundidad. Al menos, construir una mayor institucionalidad debe ser su primera tarea. Explicarles a los políticos, a los economistas del MEF y a la ciudadanía en general la importancia que el arte y la cultura tienen para el desarrollo nacional (para reconstruir el vínculo social, para formar mejores ciudadanos) no es su segunda tarea sino, otra vez, su primera. Luego de más de nueve años, el lugar de la cultura (más allá de las poses que ésta también trae consigo) sigue siendo un no-lugar. Todos los años, los Presidentes de la República van al CADE, pero ninguno de ellos (ninguno de ellos) asiste a la ceremonia de entrega del Premio Nacional de Cultura. Es realmente vergonzoso. Bajo el imperativo estrecho de los negocios capitalistas, el lugar de la cultura es solo el del estribo: la última rueda del coche.


Escrito por

Victor Vich

Crítico literario. Doctor Georgetown University, EEUU. Enseña en la PUCP. Ex-profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes.


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