La Celestina
En La Celestina (obra maestra de la literatura española) observamos un mundo donde ya no importan la honra y el deber y donde solo prima el negocio y la avaricia. Cuando a Calisto se le pregunta si es cristiano y él, sin problemas, emite su famosa respuesta: “Melibeo soy, y a Melibea adoro, y en Melibea creo, y a Melibea amo” observamos entonces la reducción de un mundo orgánico cargado de proyectos trascendentes a otro donde solo prima el puro interés individual.
¿No es esta una respuesta que da exacta cuenta de ese Perú, celebrado por algunos, donde todo se privatiza, donde lo colectivo se degrada día a día y donde solo se celebra la acumulación más antisocial? ¿No es la repuesta de Calisto la misma que escuchamos en las declaraciones de los empresarios de la Confiep? ¿No es esta, en suma, una frase que nos permite pensar los límites de ese modelo tan celebrado de desarrollo que hoy es el caldo de cultivo para la corrupción generalizada?
Notablemente dirigida por Alberto Isola, con un escenario reducido al mínimo (pero espléndidamente funcional), preciso y hermoso en su iluminación y con muy buenas actuaciones, esta obra, que hoy puede verse en el teatro de la Universidad del Pacífico, se constituye, sin duda, como uno de los grandes acontecimientos del año. No podemos dejar de mencionar la destacada actuación de Montserrat Brugué, un trabajo notable que vuelve a colocarla en el más alto nivel de la actuación en el medio.
La puesta en escena se presenta como una verdadera proeza por las dificultades que esta obra siempre ha tenido para su ejecución en las tablas. No voy a entrar en detalles especializados, pero este libro ha sido siempre descrito como un texto raro: demasiado novelado para tratarse de una obra dramática y demasiado dialogado para convertirse en novela. El guión de esta puesta, sin embargo, ha resuelto muchos de esos problemas con oficio e inteligencia, pero lo ha hecho respetando a fondo las condiciones históricas de la producción del texto y, sobre todo, de un lenguaje viejo que finalmente disfrutamos de escuchar.
¿Qué nos enseña la Celestina? Digamos, más bien, que nos enfrenta a un universo donde todos aquellos proyectos que solo piensan en sí mismos terminan siempre muy mal. En la obra, todos los personajes mueren trágicamente y esa muerte es el símbolo del mismo deterioro de la vida colectiva que vemos hoy: lobbystas encubiertos, presidentes presos, delincuentes suicidas, falsas performances que no tienen reparo de jurar ante la biblia y ante todo el país. Si hay algo que llama la atención en esta obra es, justamente, que todos los personajes siempre se persignan, pero Dios no está por ningún lado. Nunca hay amor aquí. La radical modernidad de la Celestina radica en que ella adelanta la "muerte de Dios" o, mejor dicho, en que su historia hace visible, con notable claridad, la sustitución de Dios por los negocios.
Por eso mismo (si hay una dura crítica que hacer) llama la atención que esta puesta en escena haya excluido el monólogo final de Pleberio, el padre de Melibea, pues esta intervención no es solo la que cierra el texto sino uno de los momentos literarios más notables de todo el texto. El mundo de Pleberio ha sido, en efecto, solo el mundo del comercio y el dinero y son esos principios lo que quedan puestos en entredicho luego de la muerte de Melibea. Ante el desastre final, desconcertado, Pleberio exclama: “¿Para quién edifiqué torres; para quién adquirí honras; para quién planté árboles, para quién fabriqué navíos?” Por tanto, para Pleberio, la creencia en ese orden cae, como hoy ha caído también la idea que Chile es un país exitoso y ejemplar y que nuestro modelo económico debe ser dogmáticamente defendido. “Nuestro gozo, en el pozo” sentencia Pleberio al final de la escena.
Como la grandes obras de la literatura, La Celestina nos interpela en lo más presente de nuestro presente y lo hace cuestionando los valores mismos de la civilización que hemos construido. Fernando de Rojas fue hijo de un judío converso ejecutado en la hoguera por la Santa Inquisición. Alberto Isola sigue siendo un hombre de teatro intensamente comprometido en intentar dar cuenta de lo que nos sucede.