Javier Heraud: el reto a la melancolía
El fantasma de Javier Heraud ha retornado en el Perú (con un documental, con una película, con una exposición en la Casa de la Literatura) para saldar algunas deudas en estos tiempos de degradación política y de capitalismo salvaje. Afirmemos que su figura no es la de un héroe ni la de una víctima. Más bien, es el representante de quien ha experimentado el arte como profunda interpelación vital. Es la figura de quien posterga todo proyecto personal para entregarse a una causa colectiva. Es el representante de quien ha optado por mostrar una verdad de la que no se puede dudar. Es la imagen de quien, en el medio de sus contradicciones y errores, optó por entregarse, con generosidad, a este mundo.
Los testimonios afirman que Javier Heraud fue siempre un hombre abierto a la vida. Por eso, su poesía se sale de la apariencia para intentar ingresar a la verdad de las cosas. Al elegir el río como su metáfora principal, propuso una notable cartografía de la plenitud gozosa de la existencia, pero también de los antagonismos que la constituyen. Heraud entendió el arte como una importante vía para lograr un conocimiento auténtico. Subrayemos que siempre observa la naturaleza en todo su don, la amistad en toda su entrega, la vida fuera de todo interés, lejos de toda instrumentalización, en toda su totalidad. Su poesía nos confronta con la profundidad de la tierra y nos coloca ante lo inmenso y abierto del cielo (Heidegger, dixit).
La tensión entre un horrible pasado que no podemos olvidar (¿Qué culpa tenía el balsero que murió, el policía que murió?), y la necesidad de un futuro diferente en el que debemos insistir, marca hoy nuestro propio desconcierto. Pero de algo sí estamos seguros. Hoy vivimos tiempos igual de oscuros y además suspendidos en el puro presente. Hoy todas las potencialidades de la vida han quedado reducidas a la lógica de la mercancía y a la pura rentabilidad. Hoy la tecnocracia limita el cambio social y busca reducir las posibilidades de la vida. Hoy el capital subsume la vida entera y ha encontrado, en el neoliberalismo, una nueva forma de razón totalitaria. La ansiedad hacia la riqueza anda siempre dispuesta a todo (a justificar lo injustificable, a dejar de ser honesto, a destruir la naturaleza) y no deja de subordinar nuestra vida bajo lógicas de acumulación que solo dejan ruinas. Hoy, en el Perú, no hay aprendizajes y, con dolor, podemos recordar estos versos del poeta: todo se destruye bajo el mismo cielo/todo se sumerge bajo el mismo mar.
El viaje de Heraud, sin embargo, no toca fin. Hoy, al decir de muchos, debemos repensar un proyecto de cambio social al interior de una época a la que no le gustan los cambios. Su trágico final no es una derrota; es siempre un comienzo. Su legado es la manera en la que, como artista y como ciudadano, Heraud se dejó afectar por el mundo; la manera en la que asumió, con coraje, aquello que lo interpelaba y tomó posición: cambiar el mundo, insistir en la igualdad, buscar la justicia, construir una sociedad nueva. No podemos renunciar a las viejas causas. Hoy, ya rajados por los crueles aprendizajes de la historia, debemos volver a celebrar la poesía de Javier Heraud. Sus versos son entrañables porque emergen de una gran pasión que debemos recuperar:
Los árboles cantan con el
río
los árboles cantan
con mi corazón de pájaro
los ríos cantan con mis
brazos.