Lucho Molina en Miraflores
Al menos en Lima, Lucho Molina debe ser uno de los alcaldes que ha tenido el peor comienzo entre todos los que fueron elegidos. El inicio de su gestión no solo ha estado colmado de gruesos errores políticos, sino que ya comienzan a aparecer algunos signos tanto de una forma autoritaria y caudillista de entender la gestión pública como de manejos nunca del todo transparentes (por decir lo menos).
La gestión comenzó contratando, nada menos, que a un buen grupo de cuestionados gerentes de Castañeda. Eso fue muy grave por dos razones. La primera porque sabemos que, al igual que el fujimorismo, Solidaridad Nacional es una especie de cloaca que atrae y acepta a todos los corruptos. Por eso tienen ya cuatro alcaldes presos por corrupción: Luis Barthelmess de San Bartolo, Carlos Arce de Santa Rosa, Elías Cuba de La Victoria y Carlos Burgos de San Juan de Lurigancho (que también gozaba de la amistad de Lourdes Flores y de Alan García) y que hoy se ha fugado. Castañeda y Molina siempre han minimizado estos hechos, pero hoy sabemos –debemos saber– que un partido político así es inaceptable. La segunda razón, tan importante como aquella, reside en que durante las últimas semanas el alcalde Jorge Muñoz ha venido mostrando, con pruebas contundentes, el absoluto desastre de la gestión de Castañeda: la bancarrota total, la incapacidad de afrontar los problemas, las mafias enquistadas. Es increíble, entonces, que el premio por tal descalabro haya sido darles, a muchos de esos funcionarios, un puesto en Miraflores.
Más allá de eso, ni bien asumió el cargo, Molina produjo algunas cuestionables declaraciones referidas al futuro centro comercial en el ex - cuartel San Martín y al desquiciado proyecto de construir un muelle de cruceros en la costa verde. Dicho de otra manera: en lugar de iniciar su gestión proponiendo más y mejores espacios públicos, planteando un distrito más respetuoso de su patrimonio, más ecológico y más educativo, Molina debutó en la alcaldía con el discurso (hoy desgastado) de los grandes negocios y de los inmensos lobbys. Es cierto que Molina no parece una persona portadora de grandes ideales políticos, ni mucho menos preocupada por la promoción de la cultura y la educación en la ciudad, pero ya resulta muy cuestionable (o impresentable) que un alcalde se vuelva solo la voz de los intereses privados. Los peruanos ya sabemos bien en qué termina eso….
La última, de hace muy poco, es el posible despido de más de 250 trabajadores de limpieza (la mayoría mujeres) que llevan casi once años prestando sus servicios. De manera sospechosa y, al parecer sin ninguna coordinación previa, el pasado 25 de febrero, el consejo Municipal declaró “el desavastecimiento de los servicios de mantenimiento, tratamiento y limpieza” provocando una justa protesta en las calles. Los trabajadores y los vecinos exigimos argumentos claros, información transparente y cese de prácticas autoritarias.
Digamos que Molina ganó las elecciones no por ser el mejor candidato ni por tener las mejores ideas y propuestas. Las ganó porque fue el que más dinero invirtió en su campaña y porque el votante de Miraflores no es muy distinto al del resto del país. Todavía, en el Perú, se vota por el que más cartelitos cuelga. Nuestro Congreso de la República es el mejor testimonio de ello. En ese sentido, Molina parecería ser un nuevo representante no solo de la grave crisis de la política que vive el país, sino también de otro tipo de crisis (educativa, cultural, etc).
Sin embargo, Molina recién está comenzando. No todo está perdido. Puede rectificarse, repensar mejor a sus asesores (y gerentes), y proponer una gestión más democrática y participativa: una gestión, por ejemplo, que entre en mayor diálogo con las organizaciones del distrito, con los propios trabajadores de la Municipalidad y con vecinos que tienen ideas distintas a las suyas. Pero, sobre todo, una gestión donde Miraflores no sea concebido como un gettho autárquico, sino como un distrito responsable y abierto a las necesidades de toda la ciudad.