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Casa de Perros: la microfísica del poder

Publicado: 2017-10-08


En el Perú actual, hay que ser muy arriesgado para escribir una obra de teatro sobre la Reforma Agraria y, además, hay que tener coraje para dirigirla. “Casa de Perros” es una notable pieza escrita por Juan Osorio, dirigida por Jorge Villanueva, musicalizada por Benjamín Bonilla y representada por un elenco de 17 excelentes actores peruanos y tres jóvenes músicos. No es exagerado decir que el actual teatro peruano se ve realmente enriquecido con una obra como ésta, tan sutil, tan lejana al discurso oficial, tan distante al conjunto de relatos que día a día hoy producen los ideólogos de turno.

El argumento se desarrolla en la costa norte del Perú, en las tierras de una ex -hacienda ya convertida en cooperativa, un año después de la reforma. Hay una historia central (un hijo que regresa a preguntar por la muerte de su hermano), pero el tratamiento de este hecho va develando, poco a poco, el paralelo entre la densidad de la historia local y la vida íntima de los personajes. La Reforma no incentivó el odio de unos contra otros: se realizó en el marco de muchos poderes preexistentes y de durísimas relaciones de opresión, una de ellas, la de género, que la obra no duda en poner en primer plano para mostrar así algunas dinámicas del poder en su funcionamiento más cotidiano. La obra, en efecto, superpone la fiesta y el duelo, la justicia y la corrupción, la culpa y el perdón, el deseo de justicia y el magro interés privado, la vitalidad de los muertos y el amargo dolor de los vivos.

No es esta una obra fácil; tampoco es una obra difícil. Se trata de un montaje denso (pero muy fluido) que consigue producir una representación de la historia como una realidad cargada de antagonismos, difícil de capturar en su totalidad. No hay aquí ningún relato heroico; tampoco un mensaje tradicionalmente político: la obra nos enfrenta a la necesidad histórica de producir cambios de envergadura, pero también a su dificultad local, a las maneras en que los proyectos políticos encarnan en historias concretas y, poco a poco, van transformándose en otra cosa, van traicionando sus propios objetivos.

Es curioso, es quizá salvaje decirlo, pero la Reforma Agraria sigue siendo una deuda en el Perú, no solo porque hoy, en el medio de la dictadura neoliberal, la concentración de tierras en pocas manos se ha vuelto increíblemente alta, sino porque la cultura del patrón no ha desaparecido entre nosotros. Muchos estudios han incidido en ello: es cierto que los hacendados y gamonales casi dejaron de existir, pero el problema de fondo es que su lugar -el lugar dejado por ellos- quedó intacto y, desde entonces, todos luchamos por ocupar ese lugar. Grandes y chicos, pobres y ricos, alcaldes y congresistas, celebrados emprendedores y juzgados Presidentes Regionales buscan ansiosamente convertirse en nuevos patrones para reproducir, desde ahí, las peores herencias de la cultura peruana. Lo que sucede alrededor de la historia del hijo del patrón en esta obra es clave: hay ahí algo recursivo que muestra que el tipo de relaciones no cambiaron nunca.

Hoy se dice que hay crecimiento y desarrollo, pero esta obra se pregunta si hubo justicia. El arte es un discurso radical que nunca evade preguntas de este tipo: más bien, las afronta, intenta respuestas y se distancia de la actual negativa a pensar, del facilismo pragmático, de la chatura ideológica y del cinismo hoy generalizado. El arte nunca se acomoda. En un momento como este, donde se nos obliga a vivir bajo una especie de “presente perpetuo” (vale decir, donde el pasado solo sirve para convertirse en mercancía y donde se nos afirma, como un sonsonete, que no hay otro futuro posible), “Casa de Perros” hace de la densidad de la historia algo propio, una especie de casa nuestra, un lugar verdadero para saber qué somos y qué nos ha pasado.


Escrito por

Victor Vich

Crítico literario. Doctor Georgetown University, EEUU. Enseña en la PUCP. Ex-profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes.


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