Comencemos por Fujimori: no fue un corrupto, él no sabía nada de lo que hacía Montesinos. Es verdad que nunca lo supo. Keiko lo ha demostrado bien, pues ella tampoco sabía nada de Joaquín Ramírez. Fuijimori es un hombre honesto. Su risa es nerviosa, no cínica. ¿El grupo Colina? ¿Qué fue eso?, pregunta todavía. ¿Las esterilizaciones? ¿la salita del SIN? Fujimori nunca supo nada. 

Toledo tampoco sabía nada. De Zaraí nunca supo. ¿La interoceánica?, pregúntenle a Maiman, nos dice ahora. ¿Mis compras? Esas compras fueron hechas por mi suegra, una pobre víctima del holocausto. Todo, para él, es una persecución política porque él no sabía nada. Sigamos: ¿Alguien puede creer que Alan es corrupto? No, por favor; Alan es un ferviente creyente de Dios, un notable escritor que publica versos patrióticos en El Dominical de El Comercio. Es un hombre honorable que tampoco sabía nada de Mantilla, de los Petro-audios o de Chinguel. Cuando se puso la camiseta de Odebrecht (hay foto), estaba convencido de la honestidad de una empresa que había donado, nada menos, un Cristo pirata para la ciudad. Alan es solo un tonto, nunca un corrupto.

Ollanta tampoco sabía de Belaunde Lossio ni de los orígenes del dinero para el Partido Nacionalista. El trabajaba mucho y salía a hacer deporte por las mañanas. Castañeda tampoco sabía nada de lo de Comunicore y además estaba de viaje cuando se produjo el “cambiazo”. Me apena preguntar esto: ¿Supo Susana con quien se metía? ¿Fue Odebrecht su única alternativa? O también: ¿intuyeron los periodistas de IPYS la naturaleza de Odrebetch? No, no intuyeron; también dicen que no sabían.

Por su parte, Cipriani dice que tampoco sabía nada del Sodalitium. Sin las denuncias existentes, sin el importante libro, todo pasaba iba a pasar piola en el Perú. Al cardenal no le gustan los escándalos. Pero paremos ahí: estamos ante un representante de Dios en la tierra. El tampoco sabía que plagiar textos era un delito. Su alma es transparente como el agua (pero la de julio, luego de los huaycos). Es muy curioso, pero notemos, además, que todos los personajes públicos que abrieron empresas off shore en Panamá (mejor no los nombro) tampoco sabían que las tenían y aseguran que no sabían que servían para evadir impuestos. Entonces, confiemos en ellos y solo censuremos a sus administradores.

El propio Kuczynski fue igualmente engañado por su asesor Carlos Moreno. El solo siguió la recomendación de Lourdes Flores y de Alan García que lo había recomendado en su mitin, pero sin saber nada. La prueba fehaciente es que Kuczynski pensaba que Moreno no era un empelado público. Asu. Más aún, Kuczynski tampoco sabía bien quién era Roberto Vieira ni mucho menos Moisés Guía. Es un presidente inocente: él no los puso en la lista congresal. La culpa solo la tiene Gilbert Violeta, aunque es probable que él tampoco haya sabido nada.

En resumen: nuestros últimos presidentes, nuestros grandes hombres de la política, no son corruptos. Simplemente son pelotudos, son un poco tontos nomás. Todos ellos andan tan comprometidos con su trabajo, con su amor al Perú, que terminan por perder de vista lo que realmente ocurre a sus costados. Fujimori fue una víctima de Montesinos; Toledo una víctima de la cacería de brujas, Alan, una víctima de las ratas (así las llama) y Ollanta, una víctima del complot. Hoy todos parecen víctimas del capitalismo global y todos dicen que no imaginaban, que no sabían, de su lado oscuro: todos ellos afirman saber muy poco de adendas y menos de lobbys a gran escala.

Dejemos de pensar tonterías y, como dijo nuestro actual presidente, “pasemos la página”: todos son hombres comprometidos: ni deshonestos ni corruptos. Solamente debemos descalificarlos por ingenuos, por cándidos, por ser “tan caídos del palto”. No los acusemos más; es suficiente descalificarlos por incapaces. No niego que en política puedan existir errores y traiciones, pero en el Perú esto parece haberse convertido en una constante, en un patrón que hay que neutralizar. Es necesario saber; es responsable saber. El argumento es entonces simple: un buen líder no se deja engañar; un presidente que no sabe con quién se mete demuestra entonces ser un mal presidente. Bastaría con eso para atrevernos a corregir a Platón y expulsarlos, a ellos, de la República. Digamos, por el momento, que solo son incapaces -pobrecitos- incapaces, nada más.

[Foto de portada: Andina]