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Sobre el Museo Metropolitano

Publicado: 2013-09-12

Haber invertido 35 millones de soles en la construcción de un museo es una cifra astronómica con la que cualquier proyecto cultural quisiera contar. Es una cifra, por lo demás, con la que pudo construirse un museo sustentable en el tiempo o con la que se pudieron hacer proyectos que sirvieran mucho a la ciudad. El actual Museo Metropolitano es hoy objeto de críticas de gestión, pero en realidad hay algunos problemas de fondo que no pueden obviarse y que es necesario ponerlos sobre la mesa. Lejos de producir un discurso que evada preguntas centrales y lejos también de hablar de “moral” como si uno no estuviera involucrado en ella, se trata de analizar el problema de ese museo más allá de ideas preconcebidas y de las reacciones alocadas. Ese museo estuvo muy mal hecho y aquí comparto algunas ideas.

En primer lugar habría que decir que se trata de un museo de Lima sin Lima: un híbrido que privilegia la historia del Perú y que la confunde con la historia de la ciudad. Me explico mejor: un museo sobre la ciudad debería ser uno sobre la historia de los cambios urbanos, sobre la evolución de los espacios públicos y de la arquitectura, sobre la historia de los barrios y sobre los movimientos sociales que han construido la ciudad en su propio accionar. Nada de eso encontramos en el actual Museo Metropolitano. No se nos explica, por ejemplo, cómo se destruyeron las huacas que estaban antes y que hoy ya no están, y tampoco encontramos en él la historia del algunos distritos emblemáticos como Chorrillos, Vitarte, La Victoria, el Rimac, Miraflores, Villa el Salvador o Comas por nombrar solo algunos. Este es un museo que quiere rescatar la tradición, pero lo cierto es que constantemente se olvida de la misma: ¿Qué hace, por ejemplo, la ópera cantándole a Lima? Con todo el respeto que merece, Juan Diego Flores no tiene nada que hacer ahí: la ópera no es un producto cultural de nuestra ciudad. Ahí, podría haber estado la música criolla (en la voz del Zambo Cavero, por ejemplo) o la voz de Chacalón. Ese gesto, casi fantástico, puede ser muy espectacular al inicio, pero lo cierto es que se trata de una música artificiosa que nadie, en nuestra ciudad, ha cantado nunca.

En segundo lugar, se trata un museo que se regodea con la tecnología a la que entiende como un “fetiche” que no informa, no educa y que solo sirve para sostener a una cultura que se contenta con la tecnología de la manera más simple (y tonta) posible. En este museo la tecnología quiere ser la protagonista y lo hace de la peor manera: vaciando a la historia de contenido. Desde el punto de vista educativo, se trata de un museo en el que uno no aprende casi nada, que se dedica solo a repetir los clichés de la historia oficial y a mostrar lo que todo el mundo ya sabe. Como me lo comentó un amigo historiador, se trata casi de las láminas Huascarán puestas en “high tech”.

La sala de la independencia, por ejemplo, es increíble: un gasto enorme solo para ver a San Martín diciendo lo mismo que ya todos sabemos y que hemos aprendido desde niños. Ni un dato nuevo sobre la independencia del Perú, ninguna una interpretación nueva. Nada. En otra sala -¿cuánto costó esa sala?- solo escuchamos a Rosa Merino cantar el himno nacional y nada más. Más aún: existe una maravillosa sala sobre Pancho Fierro donde uno se queda congelado pues espera algún contenido interesante que nunca llega. El narrador bien pudo detenerse por lo menos en un dibujo para interpretarlo y para enseñar al público cómo mirar las imágenes y cómo a descubrir en ellas elementos que dan cuenta de la construcción de la republica en el Perú, de sus tradiciones y de sus exclusiones, por cierto.

En tercer lugar, uno se pregunta si ese edificio era el más adecuado para poner un museo así y si realmente podemos darnos el lujo de gastar tanto dinero en un proyecto de esta naturaleza. Por un lado, porque se trata de un edificio maravilloso que resaltaba por la cantidad de ventanas con las que fue construido: un edificio con mucha luz, con una luz especial que hoy ha sido desaprovechada. Hoy todas las ventanas han sido tapadas de negro en un gesto casi demencial y hasta ridículo. Y más aún, sí es posible sostener que no se trataba de un proyecto adecuado, al menos en ese lugar, porque la Municipalidad sí tiene muchos objetos que exponer y con ellos se puedo construir algo que se aleje de la cultura del simulacro y que interpele a los visitantes de otra manera.

Pero, sobre todo, conviene preguntarse si tiene sentido gastar miles de soles comprando focos que nuevamente se gastarán y que pronto tampoco habrá dinero para reponerlos otra vez. ¿Es sustentable un proyecto así? ¿Tiene sentido? ¿No se trata de una irresponsabilidad más de nuestras autoridades que hacen cosas sin pensar en el futuro? ¿O que las hacen para enriquecerse y luego les dejan la “papa caliente” a los que vienen? La Municipalidad de Lima debe modificar ese museo cuya construcción ha sido carísima y cuyo mantenimiento será imposible e inútil. No se trata entonces de reaccionar alocadamente y gastar nuevamente millones de soles en focos que luego tampoco se van a poder volver a reponer.

En el Perú actual ya hay notables ejemplos sobre cómo el saber académico, producido por historiadores profesionales, puede presentarse la población en un formato entretenido y de fácil acceso para todos. Los programas Sucedió en el Perú y A la vuelta de la esquina han demostrado claramente que el entretenimiento no es frivolidad. El Museo Metropolitano debería aprovechar ese material. Lo que hoy debe hacerse es ir cambiando algunos videos, vale decir, ir dotándolos de contenidos más interesantes y más profesionales.

Se necesita, entonces, una evaluación seria y sincera de ese museo. Para ello, se debe conformar una comisión evaluadora constituida por historiadores, por críticos de arte y por museógrafos especializados. Esa comisión debería proponer algunos cambios. De hecho, los historiadores Antonio Zapata, Juan Luis Orrego, Limber Lozano, podrían ser nombres claves para integrar esa comisión. Ellos son los responsables de los programas antes mencionados y quienes han venido trabajando mucho en construir relatos históricos en nuevos formatos.

Por último, el reportaje de Panorama es una muestra más no solo de la desinformación de los periodistas peruanos sino del cargamontón contra la actual gestión municipal. Si hay algo importantísimo que esta gestión ha realizado, es decir, si hay algo muy bueno que la gestión sí puede mostrar -entre varias cosas- es su trabajo en cultura, el cual marca un precedente en la historia de las políticas culturales en la ciudad. Panorama pudo, por ejemplo, producir un reportaje sobre el exitoso programa Cultura viva, un proyecto en el que se viene trabajando intensamente hace más de dos años en distintos barrios de la capital, pero no lo hizo porque siempre es mejor resaltar lo negativo y manipular la información. Si los periodistas peruanos conocieran lo que son los museos sobre ciudades en el mundo se darían cuenta que éste es muy malo.

Un museo debe democratizar el conocimiento académico (hacer público todo lo que se investiga en las universidades) y “educar” a la población interpelando a los visitantes no para reforzar su posición la banal civilización del espectáculo (a quien Mario Vargas Llosa le ha dedicado un libro muy crítico), sino para involucrarlos como agentes que son responsables del presente que han heredado.

Seamos francos: el actual museo ofrece una narrativa frívola, elemental y autocomplaciente de la historia de la ciudad que ni educa ni informa. Lo que vemos, en realidad, es lo peor del de la estética postmoderna: vaciar sistemáticamente a la historia de su potencial crítico. Al salir de ese museo nadie aprende nada nuevo, nadie sale con ninguna idea nueva y menos aún con un nuevo posicionamiento -y compromiso- ante la ciudad. El Museo Metropolitano es casi una copia de la televisión que tenemos. Y lo cierto es que ya hay demasiada mala televisión en nuestra sociedad para añadir más de lo peor de ese género. Si actualmente asistimos a una gravísima crisis en la educación en el Perú, bien podríamos decir que el Museo Metropolitano de Luis Castañeda y de Luis Llosa no contribuye a neutralizarla sino que, más bien, la agudiza mucho más. Y peor aún: derrocha vergonzosamente el dinero de todos los contribuyentes.


Escrito por

Victor Vich

Crítico literario. Doctor Georgetown University, EEUU. Enseña en la PUCP. Ex-profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes.


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